lunes, 28 de noviembre de 2011

La Fidelidad, ¿Otra Imposición de la Religión Católica?

"Si, estando casado, miras a una mujer la primera vez, estás usando el sentido de la vista. Si la miras una segunda vez, estás permitiendo ser tentado. Si la miras una tercera vez, has abierto tu corazón al pecado. Más allá de esta tercera vez, es definitivamente pecado".

Quise comenzar este artículo con un extracto bíblico que recrea la posición de la mayoría de las religiones, en especial la católica, respecto a la fidelidad. Al leerlo, lo primero que me viene a la mente es: ¿Quién hoy en día deja de ver por 3ra, 4ta o más veces a alguien que le atrae por temor a ser castigado por Dios? Sin embargo, en el subconsciente, miles de pensamientos se entrecruzan: “esto no esta bien”, “¿Cómo puedo mirar a alguien más si amo a otra persona?”, “Pero, ¿Qué hago si me gusta esta persona?, y de esa forma atormentarse hasta llegar a un punto en que la culpa es inmanejable. Algunos hasta han decidido andar con gríngolas y no ver a los lados para no sentir ese remordimiento que no los deja vivir (debo reconocer que conozco a unos cuantos que viven de esa forma).

Es realmente lamentable que todo esto se lo debamos a esas falsas creencias que nos han enseñado desde niños, impuestas sobre todo por la Iglesia, que basándose en los mandamientos divinos intenta imponer una moralidad que va en contra de nuestra propia condición humana. No podemos ocultar una realidad que vivimos a diario, y que comienza al salir de casa: nos gusta vernos bien, usamos nuestra mejor ropa, nos arreglamos para ver y dejarse ver. Entonces, ¿Cómo podemos pretender no fijar la mirada sobre alguien que nos llame poderosamente la atención más de una vez?, pues señores, sepan que según la Biblia eso es “Pecado” (que palabra tan alienante). Si es así, pues todos seríamos pecadores ya que, aún teniendo una relación de pareja, hemos volteado más de una vez (así sea por el rabo del ojo) para apreciar a alguien que nos deslumbre. “Quien este libre de pecado que lance la primera piedra…”

Para poner un poco más en relieve el asunto de las creencias inculcadas basta con repasar el ritual del matrimonio eclesiástico, el cual contempla en una de sus líneas: “Yo, (fulanit@), te recibo a ti, (fulanit@), como espos@ y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad…”. Esta ceremonia se realiza con la promesa de que esa relación será bendecida por la Iglesia y por el mismo Dios. No obstante, esa misma religión sostiene que se estaría cometiendo infidelidad, y por lo tanto pecado, si uno de los dos viera intencionalmente más de una vez a otra persona que le atraiga, ya sea porque le parezca interesante o por su físico. Es más, ni siquiera se está permitido tener pensamientos con otra persona que no sea su cónyuge. En consecuencia todos los matrimonios (al menos los católicos) estarían faltando constantemente a su promesa “divina” ante Dios y en menor o mayor manera acumulando culpa.

Es evidente que he venido tratando el tema de la fidelidad sin entrar en la materialización de la infidelidad (eso será tratado en otro artículo de este Blog), sino como esa imposición religiosa que ya no tiene vigencia, si es que alguna vez la tuvo, y que ha dejado de tener sentido hoy en día.  

La fidelidad ha de tratarse como un acuerdo entre dos personas de mantenerse unidas, respetarse y amarse; pero nunca ignorar el hecho de que, ante todo, somos seres humanos, con instintos aún primitivos, que vivimos en una sociedad consumista situada por el culto al cuerpo y al sexo. Ignorarlo es un error en el que caen muchas parejas, especialmente los casados. Además, algunas personas tienen más desarrollado el sentido visual que el auditivo o el kinestésico ¿Qué tiene de malo ver concientemente y que nos vean?, al contrario, eso enaltece el ego y reafirma nuestra autoestima, por ende seremos mejores personas con nosotros mismos y con nuestra pareja. Por ello, sería más honesto permitirnos sentir “la tentación” por otra persona y no verlo como un pecado que será castigado. Quizá la causa de tantos divorcios en la actualidad sea por ese sentimiento de culpa al reprimir esa parte humana.

Este artículo en ningún momento es una incitación a la promiscuidad o a cometer adulterio, eso estará en la conciencia de cada quien. Más bien es una invitación a que veamos objetivamente esos mensajes que las religiones se han encargado de inculcar para crear miedo y culpa. En la medida que seamos más fieles con nuestro sentir humano, más auténticos y dejemos que fluya sin ataduras impuestas, lo seremos en la misma medida con quien amamos sin limitaciones.

Escrito por: Rafael Baralt

sábado, 19 de noviembre de 2011

La Iglesia Católica en la Mira… En la mera mira mía

Otro tema polémico, éste de la iglesia católica. Un tema del que cada quien habla desde su historia personal, porque generalmente parte de vivencias, formación familiar y creencias tempranas, a la hora de defender o atacar a una religión o iglesia en particular. En el actual momento histórico, con la ciencia y el avance tecnológico  sobreponiéndose a las tradiciones milenarias, cuando se multiplican las denuncias contra curas pederastas y el Papa se desdice una y otra vez tras emitir palabras desafortunadas que motivan protestas internacionales, sigo observando objetivamente el papel de la iglesia católica dentro del mundo moderno. Con la misma objetividad ajusto mis decisiones al sentido común y no al mandato eclesial, descansando mis domingos en lugar de ir a misa, o usando condón  cuando lo creo necesario, y estoy clarísimo en mi posición con respecto a las incongruencias de una iglesia cuyos dogmas y ritos saturaron mi niñez. Aún recuerdo los castigos y expulsiones que acumulé  antes de mis doce años, mientras estudié en colegios religiosos, cuando me ponía a cuestionar la injusticia de tener que pagar por el pecado original, cuando ni mis viejísimos abuelos conocieron a Adán y Eva, o por mi planteamiento de que los marcianos también debían tener un mesías distinto a Jesús, por lo menos más verde. A esa edad el cura que nos preparaba para la primera comunión premiaba cada una de mis originales ideas dándome un coscorrón u obligándome a escribir una plana interminable (fui el precursor de Bart Simpson), y nos aterrorizaba a todos gritando que cualquier niño que tocase un libro prohibido (de contenido sexual o de otra religión) moriría en el acto, y que toda mujer divorciada iría al infierno. Como lo desafié por defender a mi madre divorciada, me vetó la comunión. Y así, sabiéndome más que condenado a arder en el infierno, con mucho aplomo y un miedito emocionante ojeé los libros prohibidos, comulgué sin confesión y dudé de dios, pero ningún rayo me fulminó. Entonces supe que los curas también mentían, y me convertí en agnóstico precoz.

Con el tiempo, y desde la libertad de no estar limitado por creencias o dogmas estrictos, me di a la tarea de explorar cuanta secta o doctrina de más de mil adeptos se me atravesase, sin encontrar a dios en ninguna. Y me inventé un dios a mi medida, es decir, a la medida de mis necesidades y expectativas. Tal como uno hace de adulto con la pareja ideal. Con los años fui depurando mi concepción de dios  mientras mi búsqueda espiritual me alejaba cada vez más de una iglesia que ha prosperado durante dos milenios, vendiendo unas ideas imposibles de probar, unos dogmas imposibles de discutir, un modelo imposible de seguir, un dios invisible y generalmente ajeno a todo dolor o catástrofe. Como todo turista que se respete, he visitado el Vaticano y las principales catedrales europeas, lo que me llevó a reconocer  que la iglesia de mi niñez, además de ser una excelente vendedora, diestra en cambiar ideas no comprobables por bienes materiales, une a su carácter de trasnacional poderosísima el privilegio de ser primer mecenas del arte y del boato. Ante tales logros decidí que debo ser objetivo a la hora de evaluar a la iglesia cristiana y a sus obras. Porque si la humanidad no necesitase de la iglesia, sea la católica u otra, no existirían las religiones.  Y por eso, en vez de caer en el facilismo de criticar sin compasión, me dije: ¿Qué importan unas cuantas incongruencias, qué más da el debatido tema del mensaje evangélico dictado en medio del lujo y del poder mundano, o los escándalos sexuales de tantos seglares o religiosos cristianos, o los profetas evangélicos multimillonarios invitando a parar de sufrir, o la sangrienta colonización americana, africana o asiática hecha en nombre de Jesús, o las hazañas de la Inquisición, o la quema de brujas y de científicos adelantados a su tiempo, o las cruzadas destructoras de judíos e infieles, o la inolvidable labor de papas emblemáticos como Borgia, Juana o Clemente? ¿Qué hay con que todas esas hazañas humanas se hayan inspirado en el amor a Jesús, aunque fueran realizadas a costa de tanto sufrimiento humano, si se hicieron para la mayor gloria de dios y de su esposa la iglesia? ¿Quién puede culpar a esa esposa divina de defender sus bienes y derechos a toda costa, incluso a costa de sus principios? ¿Acaso es la única fémina que se prostituye para mantener su casa, su status o su prole? ¿Quién puede culpar a la iglesia de mostrar todas las características y debilidades de cualquier institución humana? ¿Acaso no ha exhibido innumerables actos de heroísmo, abnegación y generosidad a lo largo de su historia, conmoviendo a muchas mentes débiles hasta las lágrimas? ¿Acaso a la par de tanto cura mundano no caminaron otros curas y beatos con olor a santidad, incluyendo aquellos que por mortificar el cuerpo jamás se bañaron? ¿Acaso la fe y el rito no han satisfecho a millares de viejitos y no tan viejitos, en momentos de aflicción, de celebración o de ocio, gentes sencillas que solamente han tenido que pagar una tontería a cambio del servicio fúnebre, la bendición o las misas? La iglesia ha trazado claramente el deber de seguir por la senda del amor y del bien, guiados por el temor a dios y por el miedo al castigo o al infierno. Esa tarea ha justificado ante el mundo que la iglesia use la coacción, la manipulación, las torturas, la excomunión y hasta las armas, con tal de lograr que la mayoría aceptase ese mandato de amor y de bien.

Por otra parte, la iglesia también ha contribuido a desarrollar la capacidad de asociación y de raciocinio de la masa mostrándole ejemplos contrarios a su discurso,  actuando durante siglos el papel de “haz lo que te digo pero no lo que yo hago”, a ver si el cristiano común se da cuenta de la incongruencia, capta el mal ejemplo de la jerarquía eclesiástica y aprende del error ajeno. Y eso no es sino una pequeña parte de todo lo que la humanidad debe a la iglesia católica, cristiana y apostólica. ¿No ha provisto de educación, comodidades, protección y privilegios a sus miles de representantes y empleados en todo el mundo, gracias a las limosnas de los fieles? ¿No ha multiplicado el óbolo de la viuda en inversiones más que rentables, erigido sedes muy costosas y activado el consumo de bienes materiales por doquier, favoreciendo con ello el comercio internacional? ¿No custodia las mejores obras de arte del mundo? ¿No ha impuesto la cultura avanzada a las regiones más atrasadas, despojando a los indígenas de sus tradiciones inútiles y supersticiosas y matando a los que se resistieron a perder sus raíces? ¿No es cierto que ante cada denuncia contra la iglesia, sus adeptos sacan inmediatamente justificaciones, exhiben buenas obras, optan por un silencio prudente o evitan penalizar al laico o al cura que cayó en el error, para no aumentar la culpa y la violencia castigando al culpable?.

Nadie puede probar que dios haya fundado la iglesia, o la haya autorizado para interpretar con exclusividad la divina voluntad, pero la iglesia misma afirma que es así, sobre la base de un nuevo testamento que ya lleva demasiado tiempo siendo nuevo, que indiscutiblemente fue escrito por hombres, que convenientemente ha sido editado y traducido, y que en cada concilio se ve reforzado por dogmas y mandatos papales considerados infalibles. Esa misma  iglesia colabora desde hace siglos con la inocencia, la fe ciega y la obediencia pasiva de un gran sector de la humanidad, en tanto sea parte de su feligresía. Y, ¿acaso no son estos los valores que quiere un mundo cansado de guerras? Que el sector a favor de la iglesia entre en conflicto con otros sectores e intereses humanos que la critican, creando más separación y discordia en nuestro pequeño planeta, no es culpa únicamente de la iglesia. Así pues, lo repito: por todas estas razones y muchas más de igual peso, yo sigo observando con particular interés a la iglesia católica y cristiana que se califica a sí misma como no mundana, y la veo asociada año tras año con su indiscutible poder dentro del mundo. Es verdad que en los últimos tiempos la clásica rigidez de la doctrina católica ha hecho que la iglesia pierda muchos adeptos, atraídos por la nueva era, la ciencia, el hedonismo y otras religiones. Pero su poder económico y político es tal, que aún hay santa iglesia católica para rato, lo juro por ella!. Y que conste, jurar por algo como la santa iglesia no es jurar en vano….es jurar por nada. Es decir, no es pecado!!!

Escrito por: Gustavo Löbig

martes, 8 de noviembre de 2011

La Existencia de Dios

¿Que puede ser más polémico que hablar sobre la existencia de Dios? Ateos y creyentes han mantenido una diatriba por siglos sobre este tema y hoy en día se sigue especulando al respecto. Pero es que, seamos honestos, ¿Quién ha visto a Dios?, ¿Quién ha demostrado científicamente su existencia? Todo lo que tenemos son una serie de escritos que ponen de manifiesto la necesidad del ser humano de creer en algo superior, algo que le de sentido a su vida y a ese algo le han llamado “Dios”.

Independientemente de la religión a la que se pertenezca, todas tienen en común la existencia de un ser superior, creador de la Tierra y del Universo, que comanda todo lo espiritual y es a ese “Ser” a quienes los creyentes le rinden veneración. En contraposición están los ateos y agnósticos quienes ponen en duda la existencia de ese ser supremo. No es mi intención darle la razón a una u otra parte sino ser lo más objetivo posible respecto al tema.

Después de mucho investigar, y a través del contacto con las personas, he llegado a la conclusión que la fe y la necesidad de creer son innatos en el ser humano. Nos reconforta tener fe en que algo va a salir bien, fe en que seremos aceptados en un mejor trabajo, fe en que ganaremos la lotería, fe en la palabra de alguien, etc. Todos son actos de fe que de alguna forma dependen de nosotros, pero tener fe o creer en algo superior como Dios va mucho más allá, pasa a otro plano, ya no depende de nosotros, no podemos hacer nada por impulsar esa fe sino que simplemente está allí y usamos esa palabra de “comodín” para condicionar nuestra necesidad de creer: “Fe en Dios de que sabrá guiarme”, “Fe en Dios de que me curará”, etc. Y no siendo esto suficiente, si se cumple nuestra petición decimos “Gracias a Dios”, reafianzando aún más esa creencia.

Entonces, ¿Quién es Dios sino un ser creado por nosotros mismos para darle más fuerza a nuestra necesidad de creer? No cuestiono que esto esté bien o mal sino que simplemente está presente en nosotros. Es indiscutible la seguridad y esperanza que genera esta creencia en el ser humano. Es más fácil y cómodo entregarle ese poder de sanación, de crear, de doblegar, de dar y recibir a ese ser superior, a ese Dios. Por otra parte, las personas que no creen en la existencia de ese “Ser Supremo” también tienen necesidad de creer pero simplemente no usan ese comodín.

A su vez, las religiones se han encargado de “adornar” la imagen de Dios utilizándola a su conveniencia para ganar adeptos y como medio para infundir miedo, sólo a manera de ejemplo: “Serás castigado por Dios si haces esto o aquello”, “Eso no está dentro de las leyes de Dios”, “Si no sigues la palabra de Dios irás al infierno”, etc. Todas estas frases tienen como fin crear un estado de dependencia del individuo a su religión, pero este tema (La Religión) será tratado ampliamente en otro artículo del Blog más adelante ya que hay mucho que decir (y que desenmascarar) al respecto.

Creer en Dios debe ser una decisión personal, no impuesta, y no debería estar condicionada por ninguna secta o religión. Invito a que cualquier persona que esté leyendo este artículo y que se sienta parte de alguna religión se imagine a Dios sin ese arquetipo. ¿Podrían hacerlo?, Alguna vez te has preguntado: ¿Como sería mi Dios o mi comunicación con él si no tuviera esta religión? Los invito a que hagan este ejercicio de abstracción y que se atrevan a mirar un poco más allá de las limitaciones impuestas por su iglesia o congregación.

Personalmente, luego de muchas reflexiones y deslastrarme de falsas creencias, puedo decir que creo en un Dios, pero también dudo de su existencia. No obstante, como soy humano, tengo necesidad de creer y me he permitido construir una imagen de ese Ser Superior a quien llamo Dios, porque estoy conciente de mi necesidad innata de sentir fe, a la vez me siento cómodo y confortado de saber que puedo traspasar ese poder a ese “algo” aunque no tenga la certeza de que se cumplirá mi deseo. Mi parte racional me indica que “Dios no existe”, pero mi parte emocional me dice “Ten fe y cree”. Las dos partes forman mi ser y son igual de importantes, por lo tanto he decidido complacer a ambas manteniendo una posición neutral que me hace sentir íntegro, equilibrado y fiel a mí mismo.

Y tu amig@ ragunian@, ¿Que piensas al respecto?, comparte libremente tu posición sobre el tema y nútrenos de tu verdad.

Escrito por: Rafael Baralt

lunes, 7 de noviembre de 2011

Cuestionando el Fashion

Para mí desde pequeño ha sido cuestión de honor propio el mostrar una personalidad firme a la hora de crear mis propios códigos de vida, mis propias opiniones e incluso mis propias reglas de conducta social, en tanto no afectasen negativamente a otros. Jamás fumé cuando mi grupo de compañeros preadolescentes lo hicieron, sino después. Todo mi mundo juvenil se iba de putas, menos yo. Y cuando decidí hacerlo, jamás copié el modelo de jactarme de lo macho que fui, pues ya me resultó demasiado traumática la vivencia como para seguir hablando luego de ella. Claro, para asegurarme que en realidad fue un trauma que no se debió a mi inexperiencia la repetí en otro burdel, y como resultó casi igual de sórdida e incómoda, dejé de probar mi virilidad de esa manera. Y así, con el viejo método del ensayo y error, me hice tempranamente de un aprendizaje valioso que luego me sirvió de mucho: aprendí donde no buscar!!


Más adelante seguí fluyendo con el siglo hacia su final, mientras se aceleraba el bombardeo publicitario que cebaba al consumismo juvenil con metas e ídolos que se me hacían más falsos que un dictador demócrata. Antes de mis 20 veía a mis contemporáneos buscar su propia identidad dejándose seducir por la moda para abandonar el mundo de los niños, mientras retaban a los dinosaurios mayores, y los chicos de hoy siguen haciendo lo mismo, sólo que más sobreestimulados. Hace nada entraba al cine, por ejemplo, y todo el gentío juvenil y no tan juvenil lloraba a moco tendido –menos yo, por lo que crecí creyéndome un insensible inadaptado y malvado- con la historia de la pobre chiquilla pobre e inocente, menospreciada y maltratada, que acababa venciendo obstáculos inverosímiles gracias a una serie de circunstancias afortunadas, hasta convertirse en la más rica, poderosa y envidiada de las estrellas humanas. Y como nuestra humanidad es comprobadamente lenta y torpe como dicha protagonista -pero pareciera que no tan afortunada en lo que alcanzar el progreso verdadero se refiere-, en este nuevo siglo la gente sigue disfrutando entre lágrimas de películas similares, aunque Cristina Aguilera haya reemplazado a la Streisand. Porque es un modelo que se prueba, vende…y se sigue usando una y otra vez hasta agotarlo.


La moda, o el fashion, definida textualmente como “costumbre en boga durante un tiempo”, empujaba en mi niñez a la gente a comprar el coche más grande tal como ahora la empuja a adquirir el más compacto. La lucha doméstica por hacerse del más reciente modelo de televisor continúa igualita hoy en día, aunque la T.V. popular sea lo más delgada posible. La moda aliena a cada vez mayores masas de gente frenética por destacar entre sus iguales, y es de ver la cara de la chica o no tan chica que, con aire de suficiencia extrema, afirma haberse puesto los implantes porque “así soy auténticamente yo, y porque yo hago con mi cuerpo lo que me da la gana”, ignorando al centenar de clones que la rodean y los riesgos del pezón necrosado o de la prótesis rechazada por el organismo. La moda furiosa y efímera refleja la evolución acelerada de este inicio de milenio, y las tendencias que imponen la vestimenta o los accesorios y peinados vienen a ser lo mismo que las versiones sucesivas e inmediatas de los programas informáticos, las computadoras o los elementos portátiles de comunicación. Casi terminas de cambiar tu teléfono móvil por el nuevo modelo más caro, cuando debes hacerte de un Blackberry, o no eres nadie. Y éste ya expira ante el I-Phone, que a su vez dará paso en cuestión de meses al I-NO o como se llame. La excusa perfecta: “es que si no lo tienes, aunque tu pinta no vaya con tu déficit económico, te pones al margen de la comunicación mundial y sobre todo de la gente con la que quieres alternar en plan de igualdad”…y eso en un mundo cada vez más poblado y cada vez también mas lleno de gente sola que tropieza a cada momento, en la calle o en Internet, con otros solitarios. 


En pocos meses, lo que era absolutamente necesario pasa a ser anticuado, por la presión mediática pagada por el mercado consumista y la que ejerce la industria sobre la moda que vende o, más bien, impone brutalmente a quienes buscan realizarse, definirse, tener éxito o al menos aparentarlo, para ser felices. Esa mayoría alienada debe seguir consumiendo. Por tanto, hay que seguir modificando continuamente lo que se usa y lo que no. Mientras, la infelicidad personal y mundial crece y crece, por la sencilla razón de que el ser humano no es una cosa, y por ende no puede satisfacerse llenándose de cosas, mientras descuida sus demás dimensiones. El gusto propio y la individualidad personal siempre estarán por encima de la imitación que impone la moda, en esa búsqueda frenética de la felicidad. Yo he sobrevivido hasta hoy a pesar de resistirme a ser el típico consumista del producto de última hora, y me he divertido horrores viendo a la masa ser manejada como un títere de mil cabezas y una sola idea por quien se enriquece, mientras permanece discretamente en la sombra, con la repetición, con la publicidad, con la producción, con la guerra, con la salud, con la credulidad, con el vacío existencial, con la oscuridad, con la banalidad, pero me gustaría leer por aquí la voz de alguien que defienda su libertad de ser esclavo del fashion.


Escrito por: Gustavo Löbig